Ceñidos con el cinto de la verdad

Cuando venimos a este mundo parece que traemos también la necesidad de tener razón en todo lo que decimos. Cuando leo que el apóstol Pablo pedía a los Éfesos que se ciñesen los lomos con la verdad se despierta en mi el pensamiento de que hablar de la verdad y ser entendido por los griegos no debía ser más difícil para él de lo que lo es a nosotros hoy.

Tampoco ser entendido por los Romanos, que imitaban la cultura griega: “¿Qué es la verdad?” –le preguntaba irónicamente Pilato a Jesús, como si realmente nadie pudiese saber cual es la verdad. Sorprende que Jesús no contestase a Pilato a su pregunta, pero sabemos qué había enseñado ya en las calles: “yo soy la verdad”. En la Biblia es evidente que la verdad no es un conocimiento teórico específico sino una persona: Jesús.

El apóstol Pablo confirma esa idea cuando pide en este texto a los creyentes de Éfeso que se pongan el cinturón de la verdad: pues el cinturón nos es ajeno a las personas. Tomamos, el cinturón, los zapatos, el yelmo, de los materiales que nos da Dios en la naturaleza, no de nosotros mismos… pues nos es dado por gracia.

Los apóstoles estaban tan convencidos de que la verdad no les pertenecía a ellos que podían llegar a decir: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.” (Gálatas 1:8)

Especialmente aquellos que han tenido la oportunidad de convivir con una pareja saben bien que tener la razón no es lo importante. En las distancias cortas lo que se espera es tener amor por encima de tener el conocimiento apropiado. El propósito de Dios con la iglesia es precisamente tener una relación de muy corta distancia. Al fin y al cabo espera casarse con ella. ¿Se puede imaginar relación más estrecha?

En una relación entre dos seres humanos, que uno de los dos tenga la razón es algo muy subjetivo. Después de una discusión nunca queda realmente claro en qué se ha equivocado cada uno. En nuestra relación con Dios él sí ha probado tener la razón y, sin embargo, pocas veces le vemos aprovechar esa ventaja en perjuicio nuestro.

Asombra ver cómo trata Dios a Elías en el desierto (I Reyes 19) o a la mujer samaritana en Sicar (Juan 4). Especialmente en Juan 4 vemos que el interés de muchos está en averiguar quién tiene la razón pero Jesús desvía la atención hacia una verdad espiritual que es en realidad su misma persona. “la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4,23)

Tenemos que descansar en que NO ES nuestra responsabilidad poseer la razón. Pero una vez hemos entendido cual no es nuestra responsabilidad con la verdad, debemos también considerar cual SÍ ES nuestra responsabilidad con la verdad: ceñirla a nosotros. Tenemos la obligación de buscar activamente, cada día, estar más cerca de esa persona.

“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Así lo entendió “María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10,41) obteniendo con ello estar lejos del afán y cerca de la aprobación de la verdad, su maestro.

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