La Teología del Prestigio

Artículo escrito por Pablo Fernández en Madrid el 11 de diciembre de 1999.

La Teología del Prestigio tiene una significativa cantidad de peculiaridades como veremos a continuación. Más que estudiosos teólogos o elocuentes predicadores esta teología tiene avispados representantes o influencers. A ellos les pesa mucho que su cristianismo no se pueda corresponder con su envidiable perfil profesional o económico y piensan equivocadamente que la mejor manera de solucionar sus trágicos dilemas es convencer a todo el mundo de que el ser cristiano evangélico también tiene su prestigio. Es fácil encontrarle, independientemente de lo que esté haciendo con sus propios dones, buscando la oportunidad de posar confiada, alegre y lo más visiblemente posible junto al siervo que con esfuerzo multiplica los suyos.

Para ello el representante de la Teología del Prestigio ha estado lavando celosamente la imagen del protestantismo histórico -aunque de él no tenga la menor idea-, arrimándose a los profesionales protestantes de rabiosa actualidad con la esperanza de que se les pegue algo o buscando los más importantes puestos en influyentes organizaciones que, adaptadas a su propia medida, le permiten obrar astutamente ante la sociedad en nombre de un supuesto ‘protestantismo oficial’. Al finalizar su jornada, estresado, se encuentra sin embargo con que para lo único que en definitiva ha aprovechado la libertad religiosa es para sacudirse su lustrosa chaqueta, siempre impecable, quejándose del daño que podrían haberle hecho las piedras que les tiraron a sus venerados antepasados y que a él, por su conducta religiosa, ni antes, ni ahora, ni nunca a nadie se le habría ocurrido tirarle.

A ellos les gusta hacerlo todo a lo grande. Algunos, antes de saber siquiera qué hacer, para ello ya se han previamente autoproclamado a sí mismos directores, han conseguido un número de registro y han editado un boletín informativo. Dirigir indomables ‘ovejas’ en las congregaciones, hablar en la calle con vulgares ‘cabritos’ o perder el tiempo en cosas que pueden hacer hasta los más inútiles, no va con ellos. Ellos son hábiles hombres de negocios y saben perfectamente lo que tienen que hacer para vender más fácil y rápidamente el Evangelio. Lo que pasa es que sus actividades divulgativas, cuando las hacen, dan la desdichada impresión de estar programadas con la esperanza de que lo único que tienen que entender los invitados inconversos acerca de la ‘salvación’ es: ¡que no tendrán por qué avergonzarse de ella!

Entre sus ilusiones y sus aspiraciones más altas está pertenecer a una iglesia de la que, por el número de su membresía, sea imposible avergonzarse. Si de ellos dependiese, para ello, forzarían la puerta estrecha, ensancharían la abertura a martillazos y obligarían a entrar a empujones a todo el mundo. Cualquiera diría que les reconforta dejar por mentiroso a Jesús, quien dijo que “son pocos los que la hayan” (Mt.7:14), cuando presumen de cómo el porcentaje de cristianos en el mundo, cada día mayor, convierte al cristianismo en una religión, “sino verdadera, –al menos- más verdadera que las otras”.

“Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, sino que … lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte…”

Apóstol Pablo en su I Epístola a los Corintios Cap. 1, 26-31.
Además siempre habría en esta iglesia soñada, -“y de esto se han de enterar bien en la prensa para que sepan que somos bien humanitarios”- un reconocido y aseado asiento de atrás para la gente simple que con cierta iniciativa aspirase a más y de quienes se encargarían los miembros más entregados y valientes. Como Pedro huía de los gentiles en Antioquía, así huyen ellos de la gente vulgar en sus reuniones. “Pero no, no se vayan aun”, le dice a los inconversos el representante de la Teología del Prestigio en un arrebato de incomprensible falta de identidad: “¿No se dan cuenta de que después de todo somos normales?, ¿de que somos como ustedes mismos?. Si no se lo cree le animo a que lo compruebe leyendo éste libro escrito para la ocasión”.

Claro que de estas actividades, generalmente, no son conscientes los miembros de las humildes congregaciones –gracias a Dios, aún mayoritarias-; ni siquiera sus pastores, que son para ellos en su mayoría meros e ignorantes obreros. “Estos es que no se enteran de la misa la mitad” -dicen ellos, que se consideran a sí mismos fundamentalmente modernos, liberales y entendidos en los asuntos de actualidad-, “¡no tienen chispa, ni imaginación para adaptarse a los nuevos tiempos!”. Existen, al margen de esas congregaciones, ciertas iglesias de crédito, renombre y solera a cuyas puertas ya no se atreven a asomarse ni siquiera los de clase media, a no ser ridícula y ofensivamente disfrazados. Es en estas asambleas donde estos representantes se sienten particularmente cómodos.

En éstas congregaciones, durante la semana, los miembros más aventajados se han encargado de solucionar hasta los más mínimos detalles de forma que antes del culto del domingo haya un buen aire acondicionado, los instrumentos musicales puedan cubrir el desánimo cuando lo haya y de que incluso las moscas tengan sus respectivas descargas eléctricas como castigo por distraer a la asamblea. Y si para ello hay que reducir el presupuesto para misiones, ¡no importa!, por que ya se sabe que aquí también hay necesidad y que, de no estar a la última, la iglesia se vacía. “Habían a la simonía descarada puesto el nombre de procuradoría -decía Boccaccio, el autor del Decamerón, de algunos religiosos de su época-, y llamaban a la gula sustento, como si Dios, prescindiendo del significado de los vocablos, la intención de los pésimos ánimos no conociese y, a semejanza de los hombres, se dejara engañar, por los nombres de las cosas”.

“Prueba una iglesia refrescantemente diferente” –decía uno de sus anuncios- “Oportuna, divertida, alegre, inspiradora, práctica, diversa, interesada, conveniente, relajada, contemporánea, bíblicamente centrada (menos mal que quedó sitio para esto al final)”. “Es gratis y para toda la vida, ¿pueden imaginar una religión que le convenga más?”, preguntan en sus folletos. Algunos, en su identificación con la moderna propaganda comercial, se degradan a sí mismos y a sus iglesias, enfrascándose en vergonzosas disputas con otras religiones, valorándose a ellos mismos en base a sus diferencias y, en definitiva, haciendo uso de un método que, hasta hace bien poco, estaba prohibido incluso en los anuncios de televisión.

¿Será posible que exista más sensibilidad y más escrúpulos en la secularizada sociedad española que en estos teólogos?. Recuerdan a los agentes comerciales que, después de llamar a una puerta cualquiera, tratan de hacer creer a la humilde señora de la casa que sería una majadería desaprovechar una enciclopedia tan barata como la que te ofrecen ellos. “Pero bueno –exclamó sorprendida una de las señoras-, si yo no quiero una enciclopedia,…¿qué más me da que sea barata o que haya otras más caras?”.

Además, hasta estas magistrales conclusiones, según el típico representante de esta insensata Teología del Prestigio, no se ha llegado sino habiendo antes leído y presumiblemente hasta estudiado las Sagradas Escrituras. Por que ya dice Pablo en un versículo eso de que “él había aprendido a vivir en la abundancia y que, de hecho, había incluso estudiado en su juventud junto a Gamaliel”. ¡Vamos que –según ellos - las similitudes entre el representante de esta teología y el apóstol bíblico saltan a la vista!. De todas formas, puesto que en sus programas cualquier músico medio famoso o incluso cualquier remunerado futbolista (¿?) (¡que van –qué duda cabe- siempre con buena disposición e inconscientes de la existencia de esta teología!) es para este enterado representante más interesante que el apóstol Pablo, hemos de suponer que para ellos las cuestiones exegéticas y doctrinales pueden ocupar sin ningún problema un segundo plano… “doctores tiene la Iglesia, ¿no?”.

- ¿Eres tu doctor...
- No, señor.
- ...¿siquiera en teología?
- No, tampoco señor.
- ¿Eres músico o futbolista?
- No, no. Sin embargo,...
- Entonces, qué puedes decir tú a este respecto que sea interesante?
- Verá, señor, –les digo yo- es que he leído en la Biblia que los cristianos no íbamos a ser bien recibidos cuando hablemos de Jesucristo (Mt.24:9/Lc.12:49-53/Jn.15:18-21/I Pe.4:16). ¿Y de quién vamos a hablar sino, especialmente si es en nombre del ‘protestantismo oficial’?.

“Hermanos míos -dice el apóstol Juan-, no os extrañéis si el mundo os aborrece" (I Jn.3:13). Jesús va incluso más lejos cuando advierte: “¡Ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!. Porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lc.2:26). “Pues ¿busco ahora el favor de los hombres? –decía Pablo-. Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá.1:10). ¿Adquirieron prestigio Pedro y Juan cuando “salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hch.5:42)?. De Isaías se deduce claramente que incluso el mero hecho de “temer a su palabra” es una realidad inseparable de la de “ser aborrecido y echado fuera” (Is.66:5). “Cada día he sido escarnecido - exclamaba con dolor Jeremías-, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la Palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día” (Jer.20:7-8).

Y es que por la fe -añade el autor de Hebreos-, los profetas “experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra” (He.10:36-38). Es extremadamente significativo que el mismo apóstol Pablo se recomendase a si mismo como ministro de Dios basándose precisamente en el hecho de que había sido paciente en “tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos,… por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos,…” (II Co.6:4-10).

"Cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, angustiados, maltratados, de los cuales el mundo no era digno."

Autor desconocido en Hebreos Cap. 10, 36-38.
Claro que los representantes de esta teología, como si dependiese de ellos, son muy selectivos y prefieren quedarse sólo con lo de “buena fama”. “Lo pasado, pasado está, ¿no?”. “Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado -“¡bueno, bueno, vale ya…!, no te pases que nos espantas a los periodistas”- escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte…”, decía Pablo (I Co.1:26-28).

Si Jesús hubiese buscado el reconocimiento habría aprovechado ocasiones como la descrita en el Evangelio según Juan, capítulo 6, después de la milagrosa alimentación de los cinco mil (v. 1-13). Cuando a pesar de que incluso la multitud le había estado buscado para hacerle rey (v. 14-15, 22-24), él –que había huido de ellos retirándose “al monte sólo” (v.15)- les contestó: “De cierto de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (v. 26). Después de esto y de proponerse a si mismo como el pan de vida que es verdaderamente útil (v. 25-59), conociendo Jesús el tropiezo que esas palabras iban a encontrar entre los judíos, muchos de sus mismos discípulos dijeron: “Dura es esta palabra; quién la puede oír?” (v. 60). “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (v. 66) -dice el evangelista.

Su mismo encuentro con una persona tan influyente como lo era Herodes, quien además había estado esperando verle, habría sido insensatamente desaprovechado al permanecer él callado si su intención hubiese sido que las multitudes le siguiesen por su prestigio (Lc.23:6-12). ¿Por qué sino habría elegido Jesús nacer entre gente con tan mala fama como los 'pastores', rodearse en vida de gente tan poco prestigiosa como los 'pescadores' y prescindir también al final -como dice el profeta Isaías- de 'hermosura' o 'atractivo' (Is.53:2), muriendo entre 'ladrones'?.

¿Por qué Jesús había cogido la costumbre de apartarse a orar “a lugares desiertos” cuando “su fama se extendía más y más” (Lc.5:15-16)?. Debemos convencernos de que no hay forma de hacer atractivo al Evangelio si no es despojándole de su auténtico valor. De no ser así Jesús habría enseñado a sus discípulos métodos para embellecerlo y darle buena reputación cuando, sin embargo, precisamente lo único que realmente hizo fue avisarles de que iban a ser inevitablemente rechazados y perseguidos.

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