confesión



No deja se sorprenderme que habiendo querido llenar mi vida de virtudes, la realidad es que desde que tengo uso de razón el Señor ha tenido que llenarla de perdón y de gracia.

Después de haberme resistido durante al menos dos años, muy poco después de las navidades del 2002, cedí al fin a la petición que me hacía mi primera mujer de abandonar la casa que compartiamos en Madrid. Recuerdo que, envuelto en una profunda desesperanza, repetía a mi paciente hermana que la vida no consiste sino en una repetición de caidas, en un bucle que nos impone la realidad de que caeremos una y otra vez desde el principio hasta el final.

Ayer, menos de ocho años después, abandonado por mi segunda mujer en similar desesperanza, escuchaba esas palabras de la doxología de la carta de Judas, que siempre suenan a mis oidos como deliciosa música de otro mundo: "A aquel que es poderoso para guardarnos sin caida, y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén".

Todos mis pecados y malos recuerdos se agolpan desordenados a la puerta de mi memoria, ávidos por entrar y destruir el poco ánimo que me queda y yo trato de entender cómo es posible que Dios sea capaz de 'guardarme sin caida' a estas alturas. Quiero entender, necesito entender, que esa paradoja es equivalente y debe explicarse a la luz de la siguiente paradoja del texto, donde somos presentados 'sin mancha' delante del único que es Justo. ¿Sin mancha?, ¿yo? ¿No fue caso precisamente su Palabra la que me descubrió mi pecado? Debe ser que si a los ojos de Dios mismo no estoy ya sucio y mis pecados forman sólo parte de mi memoria, también mis caidas forman parte de mi memoria.

"No os acordéis de las cosas pasadas -decía el Justo por boca de Isaías-, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. he aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y rios en la soledad. Las fieras del campo me honrarán, los chacales y los pollos del avestruz; porque daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido. Este pueblo he creado para mi; mis alabanzas publicará" (Is. 43, 18-21).

No quiero traer a mi memoria, Señor, ni mis machas, ni mis caidas, sino -si es posible, Padre- disfrutar de al menos un poco de esa gran alegría de estar delante de ti, el único y sabio Dios, nuestro Salvador. A ti, pues ¿quién encontrará a otro digno?, a ti, sea la gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amen.

A ti, mi amado Padre, sea la gloria.

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