porque la apariencia del mundo se pasa


David experimentó muy de cerca la obligación de abandonar a sus seres queridos en al menos dos dramáticas situaciones: cuando quiere matarle su rey Saul y cuando quiere hacerlo su propio hijo Absalón. En ninguno de los dos casos fue una decisión fácil o precipitada. Saul había intentado matar a David varias veces antes de que finalmente decidiese dejar allí a Jonatán, a quien se nos dice que amó más que a las mujeres, y uir a tierra de extraños rodeándose además del tipo de gente más despreciable de la que alguien podría rodearse en su época. Sabemos especialmente por sus salmos que David gemía por volver a la situación de antes pero no era posible. Había recibido una promesa, había sido incluso ungido para ser rey, estaba tan convencido de que aquello era el plan de Dios para él que sólo se atrevía a pedirle al Señor un cambio. Y esperaba así, desesperando a veces, que se presentase la oportunidad. Así esperamos y deseperamos los que hemos creido a Cristo: "Pero esto digo hermanos; que el tiempo es corto, resta pues que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no disfrutasen porque la apariencia del mundo se pasa" (I Co.7,29-31). No creo que sea irrelevante que en el capítulo 7 de la primera carta a los corintios Pablo pretenda quitarle importancia, entre otras cosas, al matrimonio. Está hablando precisamente del matrimonio, de los problemas relacionados con las relaciones de pareja, cuando escribe esas palabras. Y por supuesto no es porque no tengan ninguna importancia sino porque a menudo se le da excesiva. Si medimos las cosas que están debajo del sol entre si, comparándolas, es probable que las relaciones tengan un gran valor, pero el creyente tiene la ventaja de poder medirlas también en relación a la eternidad. Y eso es lo que espera que hagan los corintios. Es necesario, especialmente a aquellos que espiritualizan las relaciones matrimoniales, reparar cómo en este mismo capítulo Pablo compara el agradar a la pareja con el cuidado de las cosas de este mundo (I Co.7, 32-34). Nuevamente aprendemos la necesidad de no sacralizar las relaciones, de entenderlas como regalos que nos hace Dios sólo por un tiempo que en unos casos nos corresponde determinar a nosotros y en otros no. Fijar la mirada en las cosas que perecen nos hará tarde o temprano desesperar. Y es que por mucho que nos importen las relaciones, estén ahora unidas o estén separadas, la realidad es que todas ellas pasarán. Forman parte aunque nos duela, de todo este viejo mundo que está a punto de desaparecer y que, visto desde la perspectiva de la eternidad, carece de valor. "Ví un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron y el mar ya no existía más (Ap. 21,1). "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá más muerte, ni habrá dolor; porque las primeras cosas pasaron" (Ap. 21,3-4).

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