incomprensible historia de amor


Es lamentable ver como muchos se aproximan a la Palabra de Dios desde el estrecho punto de vista más legalista posible exigiendo una respuesta positiva o negativa sobre cuestiones que les preocupan. Era esa una manera muy común de acercarse a la voluntad de Dios durante el Antiguo Testamento y buena prueba de ello era el Urim y el Turim. No obstante, la realidad de que hay un camino más excelente que el legalista queda especialmente evidenciado por Jesús en el Nuevo Testamento. Recordemos el Sermón del Monte: la ley es el amor y eso implica por ejemplo que nunca se ha perdonado suficientes veces. Pero esto había sido ya dicho en el Antiguo Testamento de muchas maneras. Una de las más importantes sin duda es la del profeta Osea. La historia de Oseas ofnde y escandaliza todavía a muchos que no pueden soportar verse tan diferentes a Dios, verse desfigurados en este espejo. El sentirse incómodo con esa historia no viene al ver que Dios haya querido perdonar nuestras constantes infidelidades. Viene cuando alguien les pide que vayan y hagan lo mismo. Es fácil no escandalizarse cuando uno permanece en el mundo de las ideas, pero cuando nuestras vidas se ven implicadas la cosa cambia radicalmente. Por eso la Biblia, entendida como realmente es, ha de resultar locura y tropiezo; porque exige y condiciona en la vida del que escucha. Esta preciosa e incomprensible historia de amor entre Oseas y su adultera mujer nos enseña que la infidelidad de nuestra pareja no ha de ser, si deseamos seguir el camino más excelente, un motivo de separación o abandono perpetuo. y digo esto de un caso de infidelidad sexual notablemente reiterado, público y escandaloso, pensando también en que -si es así como lo desean muchos últimamente- sean incluidas y perdonadas en el mismo saco todas las demás infidelidades que sean reiteradas, públicas y escandalosas. La persona que por amor a Dios y a su pareja es capaz de guardarle fidelidad después incluso de haber sido abandonada, como lo fue Oseas, y no sólo permanece a la espera del regreso de la persona infiel, sino que además activamente se esfuerza por encontrarla allí donde está, no es una persona enferma a los ojos de Dios sino una persona que ha preferido el camino más escelente. Y lo ha preferido precisamente porque recuerda y valora que se ha hecho justamente eso con ella anteriormente, que Dios ha hecho con él eso precisamente. Sin duda hay relaciones que nunca podrán restituirse. Pensemos en por ejemplo el caso de la mujer samaritana a la que Jesús quiso dedicarle aquellas tremendas palabras. Si volviese a cualquiera de los cinco maridos que ya había tenido siempr habría otros cuatro con los que no llegaría nunca a restablecer su relacción. Hay un punto de no retorno al que se puede llegar, y que Dios mismo no sobrepasa, que no es posible generalizar, pero que debe ser contemplado con la misma paciencia con la que contempló Oseas el progreso de su esposa.

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