no porque las hayamos inventado nosotros

Cuando vemos a Dios separando la tierra de las aguas, unas aguas de otras o la luz de las tinieblas, no podemos dejar de pensar que hay cierto orden al que Dios llega por medio de la separación y no de la unión. Vemos que ocurre también en el Apocalipsis, que el orden se reestablece cuando las ovejas son separadas de las cabras. En nuestras vidas cotidianas sufrimos también las consecuencias de esta realidad. Dice el Nuevo Testamento que la luz no puede tener comunión con las tinieblas. Unas veces nos corresponde a nosotros tomar las medidas para alejarnos de lo que no procede de la voluntad de Dios pero también a menudo podemos ver -a pesar nuestra quizá- que son los otros quienes toman esas medidas. En parte la resolución final que distancia a las personas, en los casos en los que nos corresponde a nosotros determinar si debe o no producirse, si que puede verse retrasada y pienso que incluso en el peor de los casos anulada perpetuamente. La luz y las tinieblas actuan no porque las hayamos inventado nosotros, por supuesto, y conservan su identidad fuera de nosotros, pero en su interactuación con nosotros nuestra voluntad -en algunos casos- cuenta.

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