haber visto justificadas sus ofensas

El mandamiento que nos obliga a perdonar todas las veces que seamos ofendidos no excluye a aquellos que nos ofenden repetidas veces sino que les incluye precisamente a ellos. No debemos pensar, por otro lado, que el que perdona las ofensas sobre la marcha va con su actitud a servir al otro de ejemplo necesariamente. A menudo perdonar es motivo de mayor enemistad pues como ya dijo el apóstol Pablo responder bien por mal es como amontonar ascuas ardiendo sobre la cabeza del que hace mal. He oido a gente que pretendía castigar al prójimo de esa manera y digo pretendía porque nunca les ví que realmente pagasen bien por mal a la hora de la verdad. Sólo les deseaban el mal creyendo que reprimían así su sed de venganza. El deseo de ver sufrir castigada a la otra persona no es en absoluto un deseo que produzca el amor y sin duda el responder mal por mal es mucho menos sacrificado y efecto es más instantaeno. Debe ser por eso que a la hora de la verdad nadie en su sano juicio , queriendo el mal a otro, pague siempre bien por mal. Pagar bien por mal enfrenta a la otra persona con lo que no es capaz de hacer o no desea ser capaz de hacer. Le deja en mal lugar. Le humilla porque le sitúa en una posición en la que no desea estar. En muchos sentidos es más llevadera una relación en la que ambas personas se castigan mutuamente porque así creen haber visto justificadas sus ofensas. La culpa y la vergüenza de ser siempre el que atormenta puede ser motivo de separaciones que quizá no se producirían si esa culpa y vergüenza hubiesen sido aliviadas, si hubiesen podido ser justificadas.

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